lunes, 15 de marzo de 2010

APERTURA DEL CAMPO DE LA SUBJETIVIDAD

Adriana Paloma
(Facultad de Psicologìa- UNR)

Nuestra pretensión será operar una reflexión sobre la Modernidad. Ante ello surge en forma inevitable una cuestión: ¿Cómo evitar caer en reduccionismos, separaciones drásticas y compartimentadas de “períodos históricos”, cortes y cierres que no dejen resto? Nos identificamos inmediatamente con la pregunta de Foucault en “Las palabras y las cosas”: “¿Se tiene acaso el derecho de establecer entre dos puntos del tiempo rupturas simétricas a fin de hacer aparecer entre ellas un sistema continuo y unitario?”. Tal vez esta pregunta no deja de constituir un obstáculo insalvable, ya que el solo hecho de hablar de “períodos históricos”, implica una reducción, un determinado a-priori que permitirá llevar a cabo un análisis. Tratando en lo posible de lograr escapar a este obstáculo, comenzaremos por no hablar de “períodos históricos” y haremos una nueva pregunta: ¿Cuál es la interpretación de lo existente y la concepción de la verdad que constituye la esencia de la Modernidad? ¿Qué diferencia puede establecerse respecto de la Antigüedad y la Edad Media?

En la antigüedad griega, lo existente es lo que nace y se manifiesta. El ser como presencia permanente. Lo existente no llega a ser por el hecho de que el hombre lo contemple, sino que el hombre es contemplado por lo existente, incorporado y mantenido en su abierto. El hombre griego es al “percibir lo existente”. El sentido de pertenencia del Sujeto al Mundo es determinante.

En la Edad Media, lo existente es el “ens creatun”, lo creado por el Dios creador como causa suprema. Ser existente significa pertenecer a una fase del orden de lo creado, corresponder como “causado a la causa de la creación” (analogía entis). La correspondencia es concebida como rasgo fundamental del ser de lo existente.

En ambas cosmovisiones hablar de “Subjetivismo” resulta imposible. El concepto de “SUJETO” es netamente moderno, ya que implica una transformación radical de la esencia del hombre, y esto es posible porque se transforma la concepción de lo existente en conjunto. Sujeto es aquel en el cual se funda todo lo existente a la manera de su ser y de su verdad. El hombre pasa a ser el medio de referencia de lo existente como tal. Para ello es necesario que el Mundo devenga Imagen. Lo existente en su conjunto se coloca como aquello en que se instala el hombre, lo que quiere colocar ante sí. En el “percibir griego” todo subjetivismo es imposible porque el ser se concibe como presencia y la verdad como desnudez.

Que el mundo devenga IMAGEN en la Modernidad, trae aparejada la idea de REPRESENTACIÓN. Representar implica llevar ante sí lo existente como un opuesto, referirlo, haciéndolo entrar en relación consigo como dominio decisivo. El hombre pasa a ser el representante de lo existente. Lo existente se detiene como objeto. Pero, ¿cuál es el trasfondo de este proceso? Podríamos hablar de una nueva cosmovisión. Se trata como dijimos, de una interpretación de lo existente y de una nueva concepción de la verdad, determinadas en gran parte por un afán de poder y dominio sobre la naturaleza, producto del capitalismo incipiente que empleará a la ciencia como instrumento necesario para la ejecución de su pretensión. Esto trae aparejado la disolución del Cosmos Antiguo y Medieval, entendido como mundo finito, jerárquicamente ordenado, cualitativamente diferenciado desde el punto de vista ontológico, donde todo se encuentra rigurosamente en el lugar que le corresponde. Cada cosa tiene su “lugar natural”, un puesto determinado en el universo. Es solo en “su” lugar donde el ser alcanza su realización y llega a su verdad. El concepto de “lugar natural” es una exigencia teórica de la física aristotélica y se funda en una concepción puramente estática del orden y una armonía preestablecida, imposible de ser violentada sin llegar a un desorden cósmico.

La escolástica, producto de esta cosmovisión fundada en un primado de lo aceptado, va a determinar un criterio de verdad erigido en forma indiscutible y sustentado en los siguientes postulados:

* Principio de autoridad: lo dicho por ciertas autoridades (la Biblia, la Iglesia, Aristóteles) es verdadero por el solo hecho de que tales autoridades lo afirmen, eximiendo de cualquier explicación o crítica ulterior.

* Verbalismo: se enredaba en meras cuestiones de palabras, pretendiendo resolver con simples vocablos, problemas carentes de importancia o que solo podían resolverse mediante la observación o cualquier otro procedimiento objetivo. Solo introducía nuevas palabras de idéntico significado pero el conocimiento no avanzaba ni aumentaba.

* Silogística: la ciencia y filosofía escolástica se valieron del silogismo, razonamiento deductivo constituido por tres proposiciones o juicios tales que dados los dos primeros (premisas), el tercero (conclusión) resulta necesariamente de aquellos dos. El silogismo, tautológico por naturaleza, no amplía el saber dado que lo que afirma la conclusión ya está dicho implícitamente en las premisas.

La Escolástica se presenta como guardián de un orden férreo, cerrado, pletórico, incuestionable, donde la verdad ha sido ya depositada sobre las cosas. Dios, a fin de ejercer nuestra sabiduría, ha sembrado la naturaleza de figuras, signos que hay que descifrar. El conocimiento será Divinatio, en tanto que los antiguos dieron ya interpretaciones que hay que recoger. La herencia de la Antigüedad, al igual que la naturaleza, constituyen un amplio espacio que hay que interpretar.

Divinatio y Eruditio son una misma hermenéutica que se dan en dos niveles distintos: una va de la marca muda a la cosa misma (hace hablar a la naturaleza); la otra del grafismo inmóvil a la palabra clara (descubre la vida de los lenguajes dormidos). Naturaleza y Verbo pueden entrecruzarse infinitamente, formando para quien “sabe leer” un gran libro único.

El sentido de íntima pertenencia del hombre al mundo, la obligatoriedad de la verdad revelada, hacen que el cuestionamiento solo revista el carácter de transgresión. El despojo de este lastre, no implicará solo una crítica de ciertas teorías erróneas para corregirlas y sustituirlas por otras, sino una revolución radical que destruya un Mundo y lo sustituya por otro. Lo primero que deberá efectuarse será la destrucción de la Síntesis Jerárquica Aristotélica. Para la física y cosmología aristotélicas, la estructura del espacio determina el lugar de los objetos que allí se encuentran. La Tierra está en el centro del Mundo porque por su naturaleza (porque es pesada) debe encontrarse en el centro. Los cuerpos pesados van hacia el centro, no porque alguna fuerza física los atraiga sino porque los empuja allí su naturaleza. Es tanto la estructura del espacio físico como su naturaleza propia lo que determina el lugar y el movimiento de los astros.

Esta realidad y lazo metafísico serán paulatinamente sustituidos por una realidad y un lazo físicos. Nicolás de Cusa inaugura el trabajo destructivo, poniendo en el mismo plano ontológico la realidad del cielo y de la Tierra y afirmando la indeterminación del Universo. Con ello pone en funcionamiento un proceso de pensamiento que desembocará en una nueva ontología. Kepler hablará de un Universo regido en todas partes por las mismas leyes, leyes de naturaleza estrictamente matemática. Habrá una regularidad y armonía en el mundo, pero será estrictamente geométrica.

La mutación radical es llevada a cabo por Galileo, ligado indisolublemente a la Revolución Científica del siglo XVII. Es cierto que la observación y la experimentación constituyen uno de los rasgos característicos de la Ciencia Moderna. Pero lo fundamental es remarcar que no se trata de la experiencia espontánea del “sentido común”.

No es la experiencia sino la experimentación lo que desempeñará un papel positivo en la fundación de la ciencia moderna. La experimentación construye un nuevo lenguaje (lenguaje geométrico) para hablar a la Naturaleza y recibir sus respuestas, que determinará la ruptura entre el mundo que se ofrece a los sentidos y el Mundo Real, el de la Ciencia. Este mundo real es el de la geometría hecha cuerpo. Galileo retoma la idea arquimediana de la física matemática: reducción de lo real a lo geométrico. Todo lo que está en el mundo está sometido a la forma geométrica, todos los movimientos a leyes matemáticas. Será el primero en comprender el papel de la experiencia en las ciencias. Como ya dijimos, el experimento no guarda ninguna analogía con la experiencia común (mera observación).

El experimento se prepara, es una pregunta hecha a la Naturaleza en un lenguaje geométrico y matemático. No basta observar lo que existe, hay que saber formular la pregunta y descifrar y comprender la respuesta, para lo cual deben aplicarse las leyes estrictas de la Medida y la interpretación matemática. Los instrumentos científicos no serán ya meros instrumentos de observación, herramientas, sino encarnaciones de la teoría, que nos permitan franquear los límites de lo observable (lo que se ofrece a los sentidos, fundamento experimental de la ciencia pre-galileleana). Por ejemplo, el telescopio está construído con cierta finalidad científica: revelar a nuestros ojos las cosas invisibles a simple vista. Al mismo tiempo, no se puede hablar de cuerpos reales que se desplazan en un espacio real sino de cuerpos matemáticos que se desplazan en un espacio matemático. Por ej., en la célebre primera Ley del Movimiento: Ley de Inercia (un cuerpo abandonado a sí mismo persiste eternamente en su estado de movimiento o reposo y debemos aplicar una fuerza para transformar un estado de movimiento en reposo y viceversa), la eternidad pertenece solo al movimiento uniforme en línea recta, que es imposible y no puede producirse mas que en el vacío. Por lo tanto, la noción de cualidad es expulsada del ámbito de la Naturaleza por ser vaga y no conformar con la rigidez de los conceptos matemáticos. Ello acentúa la supresión de la percepción por medio de los sentidos y declara al conocimiento intelectual, incluso a-priori, como único medio de aprehender la esencia de lo real. La primacía del hombre como SUB-JECTUM (fundamento de lo que hay en el fondo) se establece definitivamente como punto de no retorno. La Verdad descansará exclusivamente en la RAZÓN HUMANA. El hombre liberado de la obligatoriedad de la Verdad de la Revelación, se libera en la legislación que él mismo ha dado:

* RAZÓN COMO LEY.

* SER ORDENADO OBJECTICAMENTE E INSTITUIDO A BASE DE LA RAZÓN (que ordena y domina el caos).

El problema fundamental de Descartes será proporcionar el fundamento metafísico a la liberación del hombre. Su filosofía será elaborada en el espacio abierto por la Revolución Galileana y su triple ruptura:

* REVOLUCIÓN COSMOLÓGICA: destrucción de la idea de Cosmos jerárquicamente ordenado por la idea euclidiana de “espacio homogéneo”, finito, sin diferencias cualitativas ni jerárquicas.

* RUPTURA LÓGICA: la lógica deductiva reemplaza a la inductiva. El razonamiento científico será un proceso rigurosamente deductivo a partir de premisas (modelo matemático).

* REVOLUCIÓN METODOLÓGICA: quedan sentados dos principios metodológicos fundamentales:

a) Principio de orden: proceder de lo simple a lo complejo.

b) Principio de economía: la Naturaleza procede por las vías más simples, a diferencia de Aristóteles cuyo sistema era muy complejo y oscurecía la explicación científica.

Esta búsqueda de un fundamento hará de la filosofía cartesiana un pensamiento caracterizado por un profundo RADICALISMO. El saber deberá fundarse sobre bases cuya firmeza esté más allá de toda sospecha. El constante fracaso de los diversos sistemas filosóficos en la resolución de los problemas planteados, lo lleva a operar una destrucción sistemática de los conocimientos adquiridos para comenzar nuevamente desde los cimientos y establecer un sistema firme y permanente.

La preocupación por “evitar el error” determinará su Método, caracterizado por la duda como maquinaria destructiva (duda metódica). Emplear la duda para ver si hay algo capaz de resistirla y que en consecuencia sea absolutamente cierto: aquello que engendre la “menor duda” será desechado como falso. Pero, como Descartes lo revela en las Meditaciones Metafísicas, la destrucción sistemática de las opiniones no podrá lograrse probando la falsedad de cada una de ellas sino atacando los Principios en los que se apoyan. La duda debe introducirse en los principios o fundamentos sustentadores del Saber: los sentidos y la razón.

En consecuencia, comenzará haciendo una crítica del saber sensible, remarcando su carácter ilusorio y engañoso “los sentidos a veces yerran y es prudente no confiar demasiado en aquellos que nos engañaron alguna vez”. Inmediatamente plantea la imposibilidad de distinguir entre vigilia y sueño, salud y locura, lo cual hace más evidente la necesidad de desechar el saber proporcionado por los sentidos: “sucede que alguna vez en sueños me he imaginado estar como ahora despierto y escribiendo, cuando en realidad estaba dormido y acostado”. El testimonio de los sentidos habrá de ser considerado engañoso y con él, por lo menos inicialmente toda la ciencia experimental derivada del empleo de aquellos: “La física, la astronomía, la medicina, y todas las demás disciplinas que dependen de la consideración de las cosas compuestas -afirma en la Primera Meditación- son ciertamente dudosas, mientras que la aritmética, la geometría y otras de este tipo, que tratan sobre las cosas más simples y absolutamente generales, sin preocuparse de si existen en realidad en la naturaleza o no, poseen algo cierto e indudable, puesto que, ya esté dormido, ya esté despierto, 2 y 3 serán siempre 5 y el cuadrado no tendrá más que cuatro lados; y no parece ser posible que unas verdades tan obvias incurran en sospecha de falsedad”. El mundo inteligible subsiste, después de asistir al derrumbe del concepto de “Naturaleza”, “Mundo” y “Hombre”.

En este instante Descartes decide llevar la duda a su punto extremo (hiperbolismo) y enuncia la hipótesis del “Genio Maligno”, llevando la omnipotencia de Dios hasta el extremo de suponer que nos haya hecho de tal manera que siempre nos equivoquemos, estando detrás de nuestros actos o pensamientos para torcerlos deliberadamente y sumirlos en el error. Llegando a este punto, la duda es llevada también al Saber Racional. La razón misma se hace problema y una de sus tareas será fundamentar el Saber Racional.

¿Qué encuentra Descartes ante el desvanecimiento del Mundo de los Sentidos y del Entendimiento? Lo único capaz de resistir la duda paroxística será el acto de pensamiento en su desnudez, un pensamiento sin objeto, un cogito sin intencionalidad que acto seguido rehabilitará al Ego. El pensamiento que había quedado en presencia de sí mismo como acto puro se recobra a través de una existencia que lo hacer posible: “el Yo”. “Aunque suponga que el genio maligno existe y ejerce su maléfico poder sobre mí, yo mismo tengo que existir o ser porque de otro modo no podría siquiera ser engañado. Por más que me engañe nunca conseguirá que yo no sea nada mientras yo esté pensando que soy algo”. Así, se hace presente en forma inminente el fundamento que estaba buscando, PRIMER PRINCIPIO de la filosofía: ”PIENSO LUEGO EXISTO”.

El COGITO se erige como primer principio desde el punto de vista gnoseológico-metodológico, porque constituye el primer conocimiento seguro, fundamento de cualquier otra verdad y punto de partida para construir todo el edificio de la filosofía y del Saber en general: también es primero desde el punto de vista Ontológico, ya que me pone en presencia del primer ente indubitablemente existente que soy yo mismo en tanto pienso. De esta forma Descartes lleva a cabo el acto inaugural de la Modernidad: la primacía del SUBJECTUM como certidumbre fundamental, como “representador” de todo lo representado.

Pasa luego el examen de lo que es ese “YO SOY”, concluyendo que el pensamiento es su único sustento, ya que tras haber sido negado el testimonio de los sentidos, el cuerpo se ha desvanecido. “... el pensamiento existe y no puede serme arrebatado: yo soy, yo existo es manifiesto. Pero ¿por cuánto tiempo? Sin duda en tanto que pienso, puesto que aún podría suceder, si dejase de pensar, que dejase yo de existir en absoluto”. El sujeto que se revelaba como objeto para sí mismo, pasa de la afirmación de existencia ligada al acto de pensamiento, a la identificación de la ESENCIA que hace posible el pensamiento en su naturaleza: YO SOY COMO COGITATIO, como RES COGITANS, el Yo Pienso es una COSA QUE PIENSA.

La certeza del poder del intelecto en cuanto al conocimiento lo conduce a afirmar al término de la Segunda Meditación la soberanía de su mente como aquello que ofrece la menor dificultad para ser conocido: “... conociendo que los mismos cuerpos no son percibidos en propiedad por los sentidos o por la facultad de imaginar, sino tan solo por el intelecto, y que no son percibidos por el hecho de ser tocados o vistos sino tan solo porque los concebimos, me doy clara cuenta de que nada puede ser conocido con mayor facilidad y evidencia que mi mente”.

Pero, ¿qué es lo que asegura la verdad al enunciar “pienso luego existo”? De eta respuesta dependerá el CRITERIO DE VERDAD que ha de establecerse posteriormente. Ante esta cuestión, Descartes responderá: “Estoy seguro de ser una cosa que piensa: ¿no se también por ende, que se necesita para estar seguro de algo? En este primer conocimiento no existe nada más que una percepción clara y determinada de lo que afirmo...”.

“Por lo tanto paréceme poder establecer como una regla general que todo lo que percibo muy clara y distintamente es verdadero”.

En el Discurso del Método remarca el carácter de “VISIÓN” del criterio de verdad: “Lo que me asegura que digo la verdad cuando enuncio ‘pienso luego existo’ es que veo claramente que para pensar hay que ser”. Este principio fundamental de ningún modo se obtuvo por un procedimiento deductivo que implicaría la existencia de una premisa mayor: “todo lo que piensa es o existe”, a partir de la cual pudiera llevarse a cabo una especie de movimiento o sucesión que permitiría arribar a la conclusión: “pienso luego existo”. Concluye su existencia de su pensamiento como algo conocido de por sí, evidente, la VE mediante una simple inspección del espíritu. Dicha inspección fundada en la INTUICIÓN -”concepción indubitable de nuestra mente pura y atenta que se origina por la sola LUZ DE LA RAZÓN, siendo más simple que la misma deducción es más segura” (Regla III)- implica una CLARA VISIÓN que se erigirá como fundamento de la lógica de lo claro y distinto, determinando la necesidad de que toda verdad posea los caracteres del Modelo Inteligible: el CRITERIO DE VERDAD será la EVIDENCIA, cuyos rasgos son la claridad y la distinción. Un conocimiento es claro cuando la idea a que me refiero se manifiesta directamente ante el espíritu y si además en ese conocimiento de algo no hay nada que no le pertenezca a ese algo será un conocimiento distinto, como por ejemplo: un triángulo es una figura de tres lados. En cambio, si digo “el triángulo es una figura” será un conocimiento confuso porque lo confundiría con las demás figuras que no son triángulos.

La certeza de la intuición estará fundada en una especie de conocimiento interior innato, “armadura lógica latente”, constituida por nociones muy simples. Este conocimiento innato está presente en todos los hombres, precede al adquirido y se constituye por IDEAS que el alma trae consigo como constituyendo un patrimonio original, totalmente independiente de la experiencia. Entre ellas, unas representan cosas o propiedades de las cosas (por ejemplo: las ideas de Dios, alma, círculo, mayor, etc.); otras son axiomas o verdades eternas y son proposiciones como “el todo es mayor que la parte”, “nada puede ser y no ser al mismo tiempo” (Principio de Contradicción), “de la nada no resulta nada” (Principio de Causalidad), etc. Con las ideas innatas trabaja la razón como ocurre principalmente en el conocimiento matemático. Las Matemáticas son presentadas por Descartes como fruto espontáneo de estas ideas, tal como lo afirma en las Reglas para la Dirección del Espíritu “... la inteligencia humana tiene un no se qué divino donde han sido depositadas las primeras semillas de los pensamientos útiles, de tal modo que muchas veces, por desdeñadas y ahogadas que se hallen por estudios torcidos, producen sin embargo un fruto espontáneo. Lo cual se comprueba en ciencias tan elementales como son la Aritmética y la Geometría...” (Regla IV).

En todo el pensamiento cartesiano, las Matemáticas revisten una importancia fundamental, por lo cual, esta cuestión será retomada más adelante cuando llevemos a cabo una consideración metodológica.

La certeza del Cogito y de su patrimonio de ideas es incuestionable. Pero con respecto al conocimiento proveniente de los sentidos, tras haber sido puesto en cuestión, no existe ninguna certeza. Dicho conocimiento correspondería a lo que Descartes llama Ideas Adventicias, que parecen venirnos del exterior mediante los sentidos, por ejemplo: “oír un estrépito, ver el sol, sentir el fuego”.

El último tipo de ideas que Descartes enumera son las Facticias, aquellas que fabricamos mediante la imaginación, por ej. “sirenas, hipogrifos”, que al ser un simple producto de nuestra creación, no existe el problema de determinar la veracidad de su correlato.

Hasta esta punto, no podemos llevas nuestro conocimiento más allá de la afirmación del Cogito, es decir, caímos en el solipsismo, tras la hipótesis del genio maligno. En consecuencia, se presenta la necesidad de eliminar por completo dicha hipótesis.

Después de haber examinado las diversas clases de ideas, solo queda por examinar la idea de Dios. Descartes se pregunta si esta idea puede proceder de sí mismo al igual que las ideas que supuestamente corresponden a cosas exteriores.

El primer argumento, está fundado en una rigurosa causalidad “... debe de haber al menos igual realidad en la causa total y eficiente que en el efecto de dicha causa. Porque ¿de dónde podría tomar su realidad el efecto a no ser de la causa? ¿y de qué modo la causa puede otorgarla al efecto, a no ser que la posea? De lo que se deduce que la nada no puede crear algo, ni lo que es menos perfecto a lo que es más perfecto, es decir, lo que contiene en sí más realidad. Todo lo cual no solo se aplica a los efectos, cuya realidad es actual o formal, sino también a las ideas...” (Meditaciones metafísicas, pág.73). En consecuencia, la Idea de Dios que tengo necesita una causa, porque de la nada, nada sale. Esa causa no puedo serla yo, porque soy imperfecto (lo cual se demuestra en que dudo), y lo imperfecto no puede ser causa de lo perfecto, ya que en tal caso habría una falta de proporción entre la causa y el efecto, y el efecto no puede ser nunca mayor que la causa. Por lo tanto, es preciso que esa idea me la haya puesto alguien más perfecto que yo: DIOS.

El segundo argumento es el ontológico: tengo la idea de un ente perfecto. Esto implica que no puede faltarle nada, porque de lo contrario no sería perfecto. En consecuencia, tiene que existir, porque si no existiese, le faltaría la existencia, lo cual sería una imperfección. De ambos argumentos, según Descartes, se deduce de manera irrefutable que Dios existe. A pesar de ello, es inevitable la impresión de que este Dios es solo un DEUS EX MACHINA, que surge en el momento propicio, cuando todo está en ruinas, como única garantía que permite salvar el Sistema. Dios es la única garantía de la existencia del Mundo, ya que siendo perfección y veracidad máxima, “en el cual se encuentran todos los tesoros de las ciencias y la sabiduría”, es imposible que me engañe, porque ello sería testimonio de imperfección, malicia o necedad. Dios no solo es la garantía de la existencia de este mundo, en forma irrefutable, sino también de la RAZÓN.

Siendo una sustancia pensante infinita (a diferencia del hombre, que lo es finita), es perfecto y absolutamente veraz. Si nos ha hecho con nuestra Razón y las Ideas Innatas, ello implica que esta razón y estas ideas son instrumentos válidos para el conocimiento. Si nos equivocamos, ello no ocurre por culpa de Dios, que nos ha hecho tan perfectos cuanto puedan serlo antes finitos, sino por nuestra culpa, porque nos apresuramos a juzgar antes de haber llegado al conocimiento claro y distinto. Para evitar el error, mi voluntad no debe ir más allá de lo que el entendimiento concibe.

La veracidad de Dios es la garantía y fundamento de la verdad del conocimiento evidente, claro y distinto. De las ideas simples, que se imponían por su evidencia, ahora necesitan que Dios les confiera garantía. El Cogito, que era una idea clara y distinta, pasa a ser una réplica de Dios, una sustancia. El vigor revolucionario de ese Cogito se destruye. Dios pasa a ser el Modelo, la Res Cogitans, una copia de esa sustancia infinita, estableciéndose un lazo de semejanza que une al hombre con Dios: el Mundo pasa a ser un simulacro, un mundo mecánico, que no tiene ninguna relación con Dios. La garantía divina valida la existencia del simulacro, que es materia pura (Res Extensa), y de ningún modo necesita a Dios. Este Dios, que para nada es un Dios Salvador, puede ser considerado simplemente como un relato de legitimación.

En la Quinta Meditación, después de haber fundado la veracidad divina, todo lo concebido en forma clara y distinta, pertenecerá a la naturaleza de lo percibido: tal es el caso de los números y figuras, restituyendo la verdad de las ciencias que había puesto en duda.

Por último, en la Sexta Meditación, profundiza acerca del problema del mundo exterior, restableciendo definitivamente la existencia de las cosas materiales. Distingue luego la diferencia entre imaginación y pura intelección. La imaginación no es requerida para la esencia de sí mismo, depende de algo diferente de sí. Al concebir, la mente se concentra en sí misma y considera alguna de las ideas que tiene; el imaginar, “se vuelve al cuerpo y ve en él algo conforme a la idea concebida por ella o recibida por los sentidos”. La imaginación solo puede producirse si existe el cuerpo.Encuentro en mí la facultad de moverme en el espacio. La idea de espacio es totalmente diferente del pensamiento, “que no necesita para nada la espacialidad. Además, recibo impresiones sensoriales que deben tener una causa. Esa causa no puedo ser yo que soy puro pensar inespacial. Las impresiones sensibles se producen sin que intervenga para nada mi pensamiento, sino contra mi voluntad. En consecuencia, es necesario afirmar la existencia de cosas materiales, que las ideas de las cosas sensibles, procedan de una sustancia esencialmente diferente de la mía: los cuerpos, a los que llamará RES EXTENSA, porque la característica esencial de la materia es la extensión, el ocupar lugar. Para Descartes, materia y extensión coinciden, no hay espacio vacío.

Además, las cosas corpóreas no existen tal como las percibo por medio de los sentidos, cuya aprehensión es confusa y oscura, sino que existe en ellas lo que percibo clara y distintamente (“lo que está comprendido de modo general en el objeto de la Matemática”). Como la Naturaleza me enseña que estoy unido estrechamente a mi cuerpo, no hay que asombrarse de que el conocimiento que viene por este medio sea algo confuso. “No obstante la inmensa bondad de Dios, la naturaleza del hombre compuesta de alma y cuerpo puede ser a veces engañosa”, a pesar de ello, la unión de ambos contribuye a “la conservación del cuerpo humano”. Mis sentidos controlados entre sí y corregibles por el entendimiento “me significan con mayor frecuencia lo verdadero que lo falso”. De esta forma todas las dudas pasadas son abandonadas. Después de este breve recorrido en torno a las Meditaciones Metafísicas, rescataremos algo que nos parece esencial: la primacía del SUJETO y de la RAZÓN, que contiene las rocas primordiales sobre las cuales se fijará el conocimiento. El Sujeto es el depositario de las condiciones universales para el conocimiento, lo cual reviste importancia fundamental en cuanto posteriormente será retomado por Kant.

La realidad solo podrá ser conocida a través de la Razón, ello supone que la realidad tenga una estructura racional. Es decir, hay una relación de semejanza entre el conocimiento y las cosas a conocer. Más allá de las apariencias o fenómenos, la estructura de las cosas tiene un trasfondo inteligible, racional, que constituye su verdadero ser.

Llegar a la verdad implica seguir determinados pasos, un ORDEN que la razón debe seguir férreamente. La razón debe ser CONDUCIDA, y de ningún modo librada al azar, que no hará sino enturbiar su propia Luz.

Descartes en el Discurso del Método y específicamente en las Reglas para la Dirección del Espíritu, plantea estrictamente la necesidad de un Método RECTOR. La Regla I enuncia claramente este propósito: “Los estudios deben tener como fin dar a la mente una dirección que le permita hacer juicios sólidos y verdaderos de todo aquello que sea presentado”. El orden no es algo implícito a las cosas, sino que el pensamiento deberá instaurarlo, yendo de lo simple a lo complejo. Esta idea deriva de la pretensión del Saber Clásico de erigir una CIENCIA UNIVERSAL DEL ORDEN Y LA MEDIDA: LA MATHESIS. Las relaciones entre los seres se pensarán bajo la forma del ORDEN y la MEDIDA, dando la posibilidad de establecer entre las cosas una sucesión ordenada. Las MATEMÁTICAS reunirán los caracteres de esta CIENCIA UNIVERSAL. Descartes enuncia en la Regla IV (pág.48): “... pertenece a las matemáticas todo aquello en que se examina el orden y la medida exclusivamente, prescindiendo del objeto en que dicha medida se vaya a buscar... De ahí que deba haber una ciencia general que explique todas las cuestiones posibles respecto del orden y la medida sin aplicarlas a una materia particular, ciencia que se llama no con nombre extranjero, sino con el nombre ya antiguo y aceptado por el uso de matemática universal, porque encierra todo lo que permite a las otras ciencias llamarse partes de la matemática.”.

Esta ciencia aventaja a las demás en “utilidad y facilidad”, porque se extiende a los mismos objetos que aquellas pero las dificultades de las demás ciencias están agravadas por otras que provienen de sus objetos particulares, que aquella no tiene.

Ya habíamos señalado la importancia que revisten las matemáticas en Descartes ya que son consideradas frutos naturales de las ideas innatas. El Método Cartesiano, fundado esencialmente en las matemáticas, que son producto de nuestra razón, se presenta como algo natural.

La Regla II concluye: “... si buscamos el recto camino de la verdad no debemos ocuparnos de ningún objeto del que no podamos tener una certeza igual a las que tienen las demostraciones de la aritmética y de la geometría”.

La Regla III establece los dos únicos actos que permiten llegar a un conocimiento de las cosas sin temor a errar: la INTUICIÓN y la DEDUCCIÓN. Los primeros principios serán conocidos por intuición y las consecuencias lejanas por deducción.

La Regla IV remarca la absoluta necesidad del MÉTODO: “Para investigar la verdad de las cosas es necesario el método”. “Es mejor no pensar nunca en buscar la verdad de algo que buscarla sin método, pues indudablemente, esta clase de estudios sin orden y meditaciones, sin claridad, enturbian la luz natural y ciegan la mente...”, “... entiendo por método, unas reglas ciertas y fáciles que permitan al que las cumpla exactamente no tomar nunca lo falso por verdadero y sin hacer esfuerzos inútiles de inteligencia, sino más bien acrecentando gradualmente su ciencia, llegar al conocimiento de todas las cosas de que sea capaz”. En consecuencia, siguiendo estos pasos no habrá aparentemente nada que resulte incognoscible.

La Regla V es fundamental ya que allí es enunciado en rasgos generales el Método: “Todo método consiste en el orden y disposición de los objetos sobre los que debe recaer la mirada de la inteligencia para descubrir alguna verdad. Y será rigurosamente observado si reducidas gradualmente las proposiciones complicadas y oscuras a proposiciones más simples, y después, partiendo de la intuición de las más simples de todas, intentamos elevarnos por los mismos grados al conocimiento de todas las demás”.

1- Lo primero que debe tenerse en cuenta será admitir un conocimiento como verdadero solo en caso de que sea evidente (cuando no haya ninguna ocasión para dudar de él) , es decir, claro y distinto. Para ello debemos guardarnos de dos fuertes propensiones de nuestro espíritu: la precipitación (afirmar o negar algo antes de haber llegado a la evidencia) y la prevención (prejuicios y en general todos los conocimientos falsos o verdaderos que nos hayan llegado por tradición, educación, factores sociales y no por evidencia). Nada que no hayamos examinado con nuestra razón podrá considerarse válido.

2- Las dificultades a examinar deberán dividirse en cuantas partes fuere posible y en cuantas requiriese para su mejor solución (Regla de Análisis).

Cuando nos ocupemos de cualquier problema o dificultad se lo debe dividir, analizar y seguir dividiendo, hasta el momento en que se llegue a algo evidente. La división es a su vez un procedimiento para alcanzar la evidencia. Si nos quedásemos aquí, en el puro momento analítico tendríamos una serie de miembros aislados, inconexos. Será necesario completar con un estudio de la relación recíproca de las distintas partes y con la visión de conjunto. Ello lo prescribe el siguiente paso:

3- Regla de Síntesis: “Conducir ordenadamente mis pensamientos empezando por los objetos más simples y fáciles de conocer para ir ascendiendo gradualmente hasta el conocimiento de los más compuestos e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente”.

4- Regla de Enumeración: “Hacer en todo unos recuentos tan integrales y revisiones tan generales que llegase a estar seguro de no omitir nada”. La cuestión estudiada deberá examinarse cuidadosamente para ver si no hay algún aspecto que se haya pasado por alto en el momento analítico o en el sintético, hasta llegar a la certeza de no haber omitido ningún miembro del razonamiento.

Este Método se presenta como un arma omnipotente en cuanto a la posibilidad de reducir y dominar la realidad. Nada prácticamente podrá ser incognoscible. Esta fantasía de la Modernidad está presente en palabras de Descartes en el Discurso de Método: “Siempre que no se reciba como verdadero ningún razonamiento que no lo sea y se conserve el orden necesario para deducir unos de otros no existirá nada inalcanzable ni tal oculto que no se descubra”.

Aunque en algún momento el tema de los límites del entendimiento está presente, no tienen demasiada trascendencia ante el indiscutido poder del MÉTODO: “... no se debe considerar como una empresa ardua y difícil el determinar los límites de esta mente que sentimos en nosotros...”. “No es tampoco un trabajo inmenso querer abarcar con el pensamiento todo lo que está contenido en el Universo, para conocer de qué manera cada cosa está sometida al examen de nuestra mente. No hay en efecto nada tan múltiple ni tan disperso que no pueda, por medio de la enumeración de que hemos hablado, ser encerrado en determinados límites y por tanto, reducido a ciertos puntos esenciales” (Regla VIII, pág.91). Es decir, nuestro entendimiento es limitado pero tenemos la posibilidad de conocer esos límites, lo cual no oculta la tácita omnipotencia del sujeto. Kant retomará este tema y lo convertirá en punto esencial tras el cual girará toda la Crítica de la Razón Pura.

Hemos asistido, Descartes mediante, a la constitución del SUJETO de la Modernidad. Hablamos de “constitución” porque nos parece que este Sujeto no surge como producto sino como FUNDAMENTO, núcleo central de todo conocimiento, como aquello en que no solo se revela la libertad, sino que hace eclosión LA VERDAD. Es un Sujeto ya DADO en FORMA DEFINITIVA, a partir del cual todo tomará sentido y se ordenará.

¿Qué caracteres tendrá el SABER que este Sujeto instaura? Será un Saber caracterizado por el análisis como uno de sus rasgos esenciales, estableciendo las identidades y diferencias, la medida y el Orden, universalizando el acto de comparación que remita toda medida a una puesta en serie, que a partir de lo simple, haga aparecer las diferencias como grados de complejidad, estableciendo entre las cosas una sucesión ordenada, que muestre a la naturaleza desde sus elementos originarios hasta la simultaneidad de todas sus posibles combinaciones. Así, el análisis remitirá a una génesis que permita reconstruir el orden, tras la fabricación de una lengua (lengua de los cálculos).

La idea de un Sujeto depositario de estructuras y formas universales para el conocimiento, de un conocimiento inscrito en su naturaleza y de la incuestionable existencia de la Verdad, solo puede tambalear ante un enfoque como el nietzcheano, centrado en la idea de INVENCIÓN:

“En algún apartado rincón del universo vertido centelleantemente en innumerables sistemas solares, hubo una vez una estrella en la que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más arrogante y falaz de la “historia universal”: de todos modos solo fue un minuto. Tras unas pocas aspiraciones de la naturaleza, la estrella se enfrió y los animales inteligentes tuvieron que morir”. Alguien podría inventar una fábula similar y, sin embargo, no habría demostrado de un modo satisfactorio hasta qué punto el intelecto humano constituye, en la naturaleza, una excepción lamentable, vaga, fugitiva, inútil y arbitraria”.

Bibliografía Consultada:

ROBINET, André. “El pensamiento europeo de Descartes a Kant”, Ed.Fondo de Cultura Económica, México, 1981.

FOUCAULT, Michel. “Las palabras y las cosas”, Ed.Siglo XXI.

FOUCAULT, Michel. “La verdad y las formas jurídicas”, cap.1, Ed.Gedisa.

HEIDEGGER, M. “Sendas perdidas”, cap. ’La época de la imagen del mundo’.

DESCARTES, René. “Discurso del Método”, Ed.Orbis S.A.Hyspamérica Argentina, Bs.As., 1984.

DESCARTES, René.”Mediitaciones metafísicas”, Ed.Aguilar.

DESCARTES, René. “Reglas para la dirección de la mente”, Ed.Orbis S.A.Hyspamérica, Bs.As., 1984.

KOYRÉ, A. “Estudio de la historia del pensamiento científico”.

WAGENSBERG, Jorge. “Nosotros y la ciencia”, Cosa Editorial S.A., Bs.As., 1980.